Naming

Hay un momento en la creación de una empresa que se asemeja al de nombrar a un hijo: el naming. Es el instante solemne en que se le otorga la palabra que definirá su identidad para siempre. Es el primer sonido con el que se presentará al mundo, la firma que sellará sus contratos y el ancla de su reputación.

Un nombre brillante es el mejor regalo que se le puede hacer: le abrirá puertas, generará afecto y le dará una ventaja natural en la vida. Por el contrario, un nombre desafortunado es una carga desde el nacimiento; una piedra en el zapato que obligará a la marca a gastar una energía desproporcionada (presupuesto y esfuerzo) simplemente para superar una mala primera impresión, pudiendo incluso limitar sus oportunidades de futuro.

El bautismo de una marca, por tanto, no puede ser fruto de un capricho. Exige el alma de un poeta y la mente de un estratega. Implica una explosión creativa para encontrar esa palabra única, pero también la visión a largo plazo para saber si ese nombre le sentará bien hoy y dentro de cincuenta años. Requiere una sensibilidad cultural y lingüística para no cometer un error fatal en otro idioma y, finalmente, el rigor de un experto legal que lo inscriba en el registro, garantizando su identidad única e irrepetible.

Porque un proceso de Naming no es un brainstorming; es un acto de máxima responsabilidad estratégica. Es decidir la palabra que, más que ninguna otra, determinará el destino de tu creación.

Si tu proyecto te pone la piel de gallina, imagina lo que hará en el mundo. Hagámoslo realidad.

error: ¡Alto ahí, visionario!